Ya
se han comentado en este blog las similitudes y paralelismos de
diversos tipos de negacionismo: negacionismo de la evolución, tanto en
su vertiente creacionista dura o en su versión edulcorada del diseño
inteligente, el negacionismo del sida, negacionismo de las vacunas o el
negacionismo del cambio climático. En todos ellos la historia es más o
menos similar: se descubre un nuevo fenómeno; al principio, las cosas no
están claras y existe un intenso debate científico sobre sus causas,
características (o incluso sobre su propia existencia); pasado el
tiempo, la evidencia se acumula y se establece un consenso científico
sobre dicho fenómeno; todavía quedan detalles por dilucidar, a veces
algunas sorpresas, pero las líneas generales quedan totalmente claras y
el debate científico acaba. Sin embargo, desde fuera de la ciencia
(aunque a veces con participación de algunos científicos), el debate se
mantiene abierto artificialmente. Las evidencias no importan, no se
aporta nada nuevo, se empieza a recurrir a la "conspiración" (del
stablishment, de los científicos ateos, de los calentólogos, de las
farmacéuticas...). Se acabó la ciencia y lo único que queda es la
retórica.
Pero
en esta entrada vamos a hablar sobre las peculiaridades de uno de estos
negacionismos: el negacionismo del cambio climático.
Seguir leyendo en La Ciencia y sus Demonios.